Gianni Mura, una isla de sabiduría

El periodista milanés explica en 'La Fiamma Rossa' alegrías y miserias del Tour de Francia

Gianni Mura es un personaje que merece la pena conocer porque a su lado se aprende de todo. Este periodista (Milán, 1945) ha pasado por las redacciones de 'La Gazzetta dello Sport', 'Corriere d'informazione', 'Epoca', 'L'occhio' y ahora sienta sus reales en la de 'La Repubblica'. Normalmente escribe de fútbol (calcio) pero el mes de julio suele ser sagrado para este sibarita de la mesa que, junto a su mujer Paola, firma la sección de vinos y gastronomía en el suplemento 'Venerdi di Repubblica'.

Y es que en el mes de julio se corre el Tour, una carrera que Mura ha cubierto en dos fases, primero de 1967 a 1972 con 'La Gazzetta' y desde 1991 hasta nuestros días con el diario que ahora le paga a fin de mes. Siempre, hasta 2008, con su inseparable Carletto, Carlo Pierelli, su complemento ideal, magnífico compañero de alegrías y penurias durante tres semanas en el horno que es Francia durante el mes de julio. Carlo, chófer (autista) de 'La Gazzetta' hasta que se jubiló, siguió ejerciendo de emérito en el Tour con Gianni. No había GPS, ni ordenadores, ni internet, ni móviles. Ni falta que les hacía; sabían encontrar siempre el mejor restaurante, que no necesariamente es el más caro.

Carletto se fue para siempre en vísperas del Tour de 2009 y dejó un agujero de dolor a quienes le conocimos y nos sentimos estimados por él. A Mura le acompaña ahora Alessandro Grazioli, un agente editorial que en sus vacaciones asiste al 'Maestro' en las rutas del Tour y en los vericuetos de Internet, que Mura apenas usa. Por no usar, no usa ni ordenar. Sigue a cuestas con su máquina de escribir; la única que se oye en las enormes salas de prensa del Tour. Luego 'canta' sus crónicas a un magnetofonista. Pero como Mura es un señor sale a escribir al exterior siempre que no llueva. Además, así puede fumar. Como al que suscribe, le gusta lo políticamente incorrecto; o sea, casi todo a estas alturas de la película.

Su último libro se llama 'Fiamma Rossa', en referencia al triángulo rojo que anuncia el último kilómetro de carrera. Es una deliciosa recopilación de crónicas del Tour. En muchas de ellas la etapa es lo de menos. A veces se detiene a describir paisajes, hoteles, restaurantes o cualquier vino que haya merecido su atención. O las interioridades de este ciclismo cada vez más impenetrable.

En su primera época el contacto del periodista (ahora somos 'suivers', seguidores) con el ciclista era más fácil. Ahora, cuando no tienen el 'ipod' en la oreja tienen el pinganillo. Cuando no están encerrados en el 'pullman', están dando pedales. Entre otras cosas divertidísimas cuenta Mura cómo se retorcía de risa Felice Gimondi en la camilla cuando su masajista, que trabajaba en un manicomio, le contaba historias de locos o cómo logró Julio Jiménez su primera bicicleta o el 'intringulis' de la rivalidad Anquetil-Poulidor.

Un libro que no ha llegado a España pero que se devora con una mínima noción de italiano. Absolutamente recomendable no sólo a los aficionados al ciclismo sino a los que gustan de leer cosas bien escritas.

Hijo de carabinero sardo y de maestra milanesa y pantanista incondicional, dice no tener recuerdo alguno de sí mismo siendo delgado, se pirra por los embutidos, anchoas, pimientos, sopa, albaricoques, el buen queso y, por supuesto, el vino tinto como Dios manda. Ha comido en las mesas más refinadas pero si no hay nada más que llevarse a la boca, como suele pasar en la sala de prensa de Mende, pues se come un pan con hormigas dentro (nos lo encontramos en el suelo y no tenía mala pinta) sin más remilgos. Se aparta el bicho y se hinca el diente.

Se ríe de este ciclismo de hoy en día, de un 'fair play' empalagoso que obliga a colgar vídeos de disculpa tipo Al Qaeda a altas horas de la noche. “Ciclismo da ballerini (bailarinas)”, decía y se reía él, que vivió desde la barrera el canibalismo de Merckx, la mala leche que a veces dejaba ir Ocaña, la agonía de Simpson en el Ventoux, la gélida mirada de Anquetil o el derroche de energía de Chiappucci. De Pantani no hablamos porque le tocaríamos la fibra.

Y claro, Mura se muere de la risa cuando presencia este ciclismo de salón no exento de cinismo. Por suerte, todavía quedan periodistas como él. Ahora abundan los incondicionales y palmeros

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