"Sólo Dios puede juzgarme"

"Sólo Dios puede juzgarme"
Joan Josep Pallàs Subdirector

Aunque de fachada politatuada y ropa fashion, Zlatan Ibrahimovic piensa por dentro muy a la antigua. Cuando se difundió la fotografía en la que aparecía junto a Piqué, aquella que permitió salir del armario a miles de paletos de mente obtusa y sentido de la interpretación atrofiado, el sueco envió a freír espárragos su parte escandinava, sacó a pasear su vena zíngara y si no agredió a alguien le faltó poco. Así como Piqué se tomó a cachondeo la chorrada y hasta hizo bromas en el vestuario, Ibra convirtió el tema en una cuestión de orgullo, y no precisamente gay. Y es que Piqué es al humor lo que Zlatan al honor.

Viene a colación el rescate de aquella historia para tratar de entender de quién hablamos cuando hablamos de Ibrahimovic. De por qué un jugador que ha sido invitado a marcharse, con insinuaciones del entrenador y un mensaje más directo del club, ha decidido quedarse. No es que Ibra pretenda montar maraña, al menos de momento, simplemente está siguiendo su particular código de conducta, según el cual él no se va a ningún sitio porque se lo diga otro, sino cuando él lo decide.

Haciendo uso de esta ideología propia de pandillero, forjada en el conflictivo barrio de Malmoe donde se crió (Rosengard), Zlatan ha llegado hasta donde ha llegado, así que el Barça no le va a cambiar por mucho que Guardiola, en las antípodas del sueco por talante y maneras, le envíe recados formal y sintácticamente impecables, aunque cargados de segundas intenciones.

Ibra prefiere el choque frontal a los rodeos, por eso cuando salió de la reunión con Guardiola a la vuelta de las vacaciones, dijo: “Me ha dicho que voy a ser importante, y eso para mí significa que voy a jugar”. Inteligencia callejera.

Guardiola tiene ahora un marrón de grandes proporciones. Se le van a pelear cinco delanteros por tres puestos. Messi y Villa jugarán de oficio e Ibra, muy listo, está haciendo oposiciones para ser el tercero, lo que significaríasentar a todo un campeón del mundo, Pedro, y a un futbolista que siempre merece más de lo que se le da, Bojan.

Mientras Guardiola se exprime el limón, Zlatan seguirá punto por punto la leyenda que se grabó en la piel, aquel grandilocuente “sólo Dios puede juzgarme”. Lástima que a Pep Guardiola, santo por beatificación culé, le falte sólo un peldaño para poderlo evangelizar

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