Empieza a ser un clásico. El Manchester City no sabe qué hacer con Robinho, un crack que le sobra en su plantilla, y volvió a ofrecérselo al Barça. El club azulgrana recogió la propuesta porque la posibilidad de reforzar las bandas con un jugador de esa calidad había, como mínimo, que valorarla. La decisión final, como es preceptivo, quedó en manos de los profesionales en la materia, que son los técnicos.
La conclusión fue parecida a la de anteriores tentativas respecto al brasileño: el nivel futbolístico de Robinho no ofrece dudas, pero hay otros factores que no convencen en igual medida.
Una de las claves que ha hecho grande a este equipo que, modelado por la mano maestra de Pep Guardiola, ha enlazado siete grandes títulos en dos años, ha sido el compromiso y la unión de un vestuario que tiene una causa común y que, por encima de las individualidades, rema siempre en una misma dirección.
Esa voluntad por preservar el vestuario ya llevó al staff técnico azulgrana a renunciar a la posibilidad de incorporar a Robinho durante el mercado de invierno de la pasada temporada. Guardiola percibió entonces que su plantilla, aunque corta, cerraba filas y decidió dejarla como estaba. No le fue nada mal: cayó la Liga. Robinho acabó jugando la segunda parte de la temporada en el club que le hizo famoso, el Santos