Aunque quizás no lo parezca por el tono oficialista de un comunicado escrito, Cesc Fàbregas vivió ayer uno de sus peores días como profesional. Estaba muy ilusionado con la posibilidad de volver al Barça, se había hecho a la idea de irse del Arsenal, pero en las últimas horas ha entendido que no valía la pena alargar más el sufrimiento por unas negociaciones que estaban en punto muerto debido a la inflexibilidad de Wenger. Está muy 'tocado' anímicamente porque en apenas un día ha vivido sentimientos muy contrapuestos: ha comprobado el cariño de una afición que le idolatra y que le perdona su flirteo con el Barça; ha tenido que volver a decirle a una persona a la que respeta tanto como Wenger que su deseo era marcharse; y al final ha tenido que claudicar y cerrar las puertas del club de su corazón, el Barça, con la esperanza de encontrarlas abiertas dentro de un año.
Cesc sabe que en la noche del jueves hubo un último intento por parte del Barça: una oferta muy cercana a los 40 millones con fijos y variables. La respuesta del Arsenal fue tan rotunda que el club azulgrana ni siquiera disparó su última bala. Los 'gunners' dejaron tan claro que no venderían a ningún precio que el Barça ya no puso sobre la mesa una propuesta arriesgada de 45 millones, aunque con una combinación de distintas variables. No había ninguna predisposición por parte del Arsenal.
En la madrugada de China, hacia la una, en un hotel de Pekín, el vicepresidente deportivo, Josep Maria Bartomeu; y el director técnico, Andoni Zubizarreta, redactaban un breve comunicado tras dialogar por teléfono con el presidente, Sandro Rosell. Era el final del culebrón Cesc