Paradojas de la vida, Edurne Pasaban fue una niña débil y tímida, toda una antítesis de la mujer necesariamente fuerte y atrevida que ya tiene los 14 'ochomiles'. Desde chavala iba al monte con sus padres, pero sin vocación alpinista, un gusanillo tardío que creció durante su juventud. Lo primero eran los estudios. Así, se licenció en Ingeniería Técnica Industrial por la Universidad del País Vasco e hizo un Master en gestión de recursos humanos en la escuela ESADE de Barcelona. También trabajó unos años en la empresa de maquinaria de su padre y abrió su propio negocio, el 'Abeletxe', un albergue rural y restaurante enclavado en un hermoso paraje natural de Zizurkil.
Sin saberlo sus padres, Edurne hizo 'puenting' con 13 años, acaso una primera muestra del gen rebelde que en realidad habitaba en ella. Empezó a escalar a los 15 años con su primo Asier Izaguirre, ahora un acompañante habitual en sus expediciones. Primero los Pirineos, después los Alpes subió el Mont-Blanc (4.810 m) con 16 años, más tarde los Andes, Pasaban quemó las etapas lógicas antes de fijarse en La Meca del alpinismo: el Himalaya. En 1998, con 24 años, afrontó su primera expedición a un 'ochomil', el Dhaulagiri, pero se quedó a poco más de 200 metros de la cima.
El Everest, el techo de la Tierra (8.848 m), fue su primera conquista en 2001, a los 27 años, tras otros dos intentos frustrados en 1999 y 2000. Inició ahí un reto con momentos tan dichosos como trágicos, como la muerte de compañeros ella misma las pasó canutas el año pasado en el Kangchejunga o la fuerte depresión después de hollar el K2 en 2004.
Hay quienes nos critican, pero la vida te la juegas cada día, por ejemplo subiéndote a un coche. Es verdad que yo compro más boletos por irme al Himalaya, pero me compensa y soy feliz. Todo tiene un punto de locura en la vida. Si no, no haríamos nada, asegura ella, que vive en Matadepera (Barcelona), imparte conferencias sobre liderazgo y colabora con una ONG para niños del Himalaya