Perdidos

El jueves 18 de mayo de 1995 se produjo un hecho histórico: 6,6 millones de espectadores vieron por televisión el cuarto partido de la final de la Liga ACB entre el Unicaja y el Barça (el del triple errado por Ansley), una cifra que todavía es récord en la competición española. Este pasado sábado se enfrentaron en el Palau Blaugrana estos dos mismos equipos y la audiencia media de los 100 minutos de emisión fue de 284.000 espectadores. No es algo puntual, sino que muchos partidos obtienen registros similares en estos últimos años. Evidentemente, se pueden coger estos datos de muchas maneras y algunos serán capaces de exponer todo tipo de justificaciones –o excusas– (la trascendencia del partido, el fútbol, la fragmentación de las audiencias, que si TVE lo hace mal, que si eran otros tiempos, etc, etc, etc), pero ahí están los datos para el que los quiera ver y para el que quiera reflexionar sobre lo que está pasando.

No es un problema sólo de la ACB, sino también de la Euroliga, una competición que en mi opinión era mejor hace 15 años (había mejores equipos, mayor identificación de los aficionados, sistemas de competición más atractivos, más cantidad de buenos jugadores...). El interés que despierta la Euroliga es en general bajo –sólo hay que mirar los índices de asistencia a los pabellones y las audiencias– y sólo se activa durante un par o tres de semanas al año, como, por ejemplo, ahora con la Final Four.

Ver en los medios de comunicación a Eduardo Portela y Jordi Bertomeu enzarzados en su guerra particular produce auténtico sonrojo. El gran tema es que sus competiciones llevan años en declive y que el aficionado se aleja de ellas y sólo se acerca en mayor o menos medida en ocasiones puntuales. Y eso es lo que ellos deberían debatir

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