Grande de corazón humilde

FC BARCELONA

Conmoción en el mundo del fútbol por la pérdida de uno de los grandes

Sir Bobby Robson fue un caballero chapado a la antigua. Un señor para quien un apretón de manos tenía más valor que una firma al final de un documento salido de una impresora. Cuando Robson te daba la mano, sabías que tenías su palabra y eso era más que suficiente para sellar cualquier acuerdo. Robson fue un hombre generoso, humilde, trabajador, honesto, familiar y divertido, que supo tratar a los suyos con cariño y a los demás con respeto.

Fue generoso porque le encantaba ayudar a los demás. Rara vez tuvo un 'no' para nadie. Nunca firmó un autógrafo sin fijarse en la persona que se lo había pedido, no adoptaba aquella actitud desdeñosa de superioridad. Siempre miraba a los ojos y nunca dejó a nadie en la estacada porque sí. Si un amigo o conocido le pedía un favor, Bobby se lo hacía.

Humilde, porque siempre que iniciaba una conversación lo hacía como si no fuese un caballero del Imperio Británico o un entrenador de elite, sino un minero del condado de Durham, lugar donde nació y donde su padre sacó adelante a su familia bajando cada día a la mina. Siempre escuchaba antes de hablar y se interesaba por lo que le contaban aunque delante tuviese al más humilde de los mortales. Nunca se creyó mejor que los demás.

Trabajador, porque todo lo que tuvo se lo ganó. Hasta el final de sus días, Bobby fue sobre todo un currante. Ni siquiera los sucesivos brotes de cáncer que le han diagnosticado en los últimos dieciocho años le convencieron para quedarse en casa, para desesperación de su esposa, la discreta Elsie, una señora también chapada a la antigua, su novia de la niñez, una ex maestra de escuela, católica acérrima a la que, al fichar por el Barça, Bobby había prometido que era su último contrato.

Honesto, porque nunca escatimó un céntimo o una hora de trabajo. Como ya se ha dicho más arriba, te daba la mano y eso era como un acta notarial.

Familiar, porque se mantuvo leal a su esposa, hijos y nietos y porque nada le satisfacía más que llegar a casa, a pesar de haber recorrido medio mundo por su profesión. Precisamente, uno de los reproches que Robson se hacía a sí mismo en sus últimos años era no haber podido dedicar más tiempo a sus hijos, todos ellos más parecidos a la sencilla y tímida Elsie.

Y fue un hombre divertido porque siempre estaba dispuesto a reír. En la época de Sitges, todos los lunes que no tenía entrenamiento compartía partido de golf en el entonces acogedor Club Terramar con su gran amigo Miquel Matas, con Jordi LP o con otros miembros del 'Club de la Paella', del que él mismo fue investido caballero, como Eduard Tomàs o Albert Baltasar. Jordi LP no paraba de contar chistes y el pobre Bobby, aunque casi nunca los entendía, estallaba en carcajadas. Bobby, en definitiva, fue un hombre que nunca, pero nunca, haría trampas jugando a golf. No todos pueden decirlo

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