El gol eterno

El billete para Roma llegó con un derechazo que perdurará para siempre en la memoria

No hay mejor forma de conseguir un billete para Roma, la ciudad eterna, que hacerlo con un gol que vaya acompañado del mismo adjetivo calificativo, un gol que perdurará para siempre en la memoria de quienes vivieron ese instante, fuera de una u otra forma. El impresionante derechazo de Iniesta lleva el sello de esos tantos que se vean las veces que se vean nunca cansan y hacen aflorar prácticamente las mismas emociones que se vivieron en el momento en que se produjo.

El chispazo final, ese fogonazo que en sólo un segundo fue capaz de aglutinar toda la dimensión emocional del fútbol, vino precedido de una jugada en la que cada futbolista, cada pieza puesta por Guardiola dio sentido a la búsqueda desesperada del milagro. Corría ya el minuto 91 y 40 segundos. El Chelsea intentaba finiquitar el choque a su manera aprovechándose de un Barça tocado físicamente. Ballack y Lampard enredaban por la frontal del área azulgrana cuando entre Alves e Iniesta le robaron el balón a ese último. Andrés intentó irse de hasta tres jugadores, pero Lampard se tiró al suelo y despejó el balón hacia Keita, que en posición de medio central medio lateral zurdo cerraba la defensa de tres que había dejado la expulsión de Abidal. Keita tocó para un incansable Piqué, más pegado aún a esa banda izquierda, quien rápidamente cedió a Xavi y se marchó hacia arriba. El centrocampista abrió el balón hacia la derecha para Alves, que, junto a Iniesta, no habían perdido tiempo y se incorporaban al ataque. el centro del brasileño al corazón del área fue tocado hacia atrás por Terry, no controló bien Eto'o, falló Essien y Messi aprovechó el doble regalo para cederle la pelota a Iniesta, que esta vez no se lo pensó. Él estuvo en la creación y en la finalización. Esos aproximadamente 26 segundos que duró este proceso (el balón salió del pie de Iniesta en el 92:06 exactamente) apenas suponen un corto espacio de tiempo, pero su recuerdo alcanza la eternidad. Roma aguarda ahora gestas mayores.

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